Chalaca de nacimiento, Ángela manifestó desde muy joven un espíritu rebelde y contestatario. Para cuando Pedro Sambarino, realizador italiano afincado en el Perú, la convocó a participar en su primer largometraje, Ángela ya era una conocida periodista y dramaturga, con dos exitosas comedias de teatro en su haber (Carbone, 1991). El Carnaval del Amor se estrenó en el Teatro Municipal tres años después de su rodaje, recibiendo muy buenas críticas de la prensa (Bedoya, 2009).
Que sólo una mujer extranjera dirigiera una película en ese periodo, y las otras escribieran argumentos, dice mucho de la sociedad de entonces. La profunda admiración por la cultura europea, la influencia del racismo científico y una experiencia de socialización distinta, dotaron a Stefanía de una libertad de acción impensable para una mujer limeña. De otro lado, escribir era una actividad permitida y aceptable para las mujeres, ya que podía realizarse al interior del hogar, a puertas cerradas.
El crack de Wall Street de 1929, la caída del gobierno de Augusto B. Leguía, la crisis política y económica subsiguiente y la llegada del cine sonoro, sellaron el fin del cine mudo peruano. Pasarían cuatro años para que volvieran a filmarse películas en el Perú, y dieciséis para que las mujeres volvieran a trabajar detrás de cámaras.